
SEMBRANDO UN LEGADO EN LA ÚLTIMA FRONTERA DE NAPA
La historia del Viñedo Familiar Cervantes
Por Andrew Bradbury
Fueron necesarios siete años de búsqueda y algunos desvíos internacionales —de Canadá a Chile—, pero para Xavier Cervantes, construir su sueño —un lugar donde no solo pudiera cultivar y elaborar vino de clase mundial, sino también llevar una vida más rústica, rodeado de varias generaciones de su familia— siempre tuvo que suceder aquí, en el Valle de Napa, California.
Cuando encontró la impresionante parcela en el extremo oriental de Pope Valley, en 2012, sintió que había llegado a la última frontera de la región. Convertirse en el referente del vino estadounidense había provocado una fiebre del oro en el mercado inmobiliario de Napa desde hacía tiempo, y lugares como este simplemente ya no parecían existir.
“Me voló la cabeza cuando lo vi por primera vez. Era muy extenso y hermoso, con valles, montañas, bosques, robles, cedros y cuatro lagos.” Pasarían muchos más años de conocer la tierra —y ser puesto a prueba por ella— antes de que comenzaran a producir vino, pero la intensidad de su pasión nunca flaqueó.
“Me convertí en agricultor. Aprendí el proceso,” dice este exempresario, que tuvo éxito en el sector inmobiliario y otros negocios antes de dar este giro hacia la agricultura a mitad de su carrera. “Planté nuestros viñedos. Ya había 30 acres existentes, algunos de los cuales tuve que arrancar. Y plantamos otros 65. Ahora tenemos cerca de 100 acres.”

Con 1,100 acres vírgenes en total, el viñedo exuda (y abraza) una cualidad rústica, casi ganadera. Su tamaño natural y sus vistas imponentes parecen aún más grandes cuando se considera a sus vecinos. Colinda con los históricos ranchos Hardin y Dollarhide, así como con Cedar Roughs Wilderness, una reserva natural de 6,300 acres protegida por la Oficina de Administración de Tierras (Bureau of Land Management). El resultado es un lugar que también se siente como un santuario al aire libre, prácticamente intacto y lo suficientemente aislado del bullicio del mundo moderno que lo rodea. Hay una vida silvestre diversa —osos, pumas, venados de cola negra, jabalíes y abejas—, además de paisajes crudos y agrestes, con condiciones únicas dentro del Valle de Napa.
“En lo que respecta al viñedo,” dice, “estamos en altitud. Estamos a unos 1,200 a 1,400 pies sobre el nivel del mar, aproximadamente mil pies más arriba que el valle principal de Napa. Se nos considera una fruta de montaña.”
Ese nivel de elevación intensifica los rayos UV del sol, lo que da como resultado uvas con piel más gruesa, mayor concentración de color y taninos más marcados. Combinado con un clima templado, suelos ricos y el consejo de algunos de los enólogos más legendarios de Napa (incluido un ex Screaming Eagle), el viñedo ha prosperado, produciendo vinos celebrados: cabernets sauvignon robustos y complejos, y su mezcla exclusiva Redtail, entre otros. Pero no ha estado exento de desafíos.
“Tuvimos tiempos muy duros. En 2020, los incendios nos hicieron perder el 100% de la cosecha por el humo. Luego, el ‘21 y ‘22 fueron muy difíciles con las sequías. Apenas sobrevivimos.”
La naturaleza, por ahora, está cooperando esta temporada, y los aspectos más pastorales del viñedo —desde la cerveza artesanal hecha con duraznos del huerto hasta los asados anuales de venado— pueden disfrutarse. Cervantes se siente en paz recorriendo los terrenos a caballo, acompañado de su extensa familia. Su amor por los vaqueros nació de su padre, quien le dio acceso privilegiado a uno de los westerns más longevos de la televisión.

“Mi padre trabajaba en la industria del cine y la comunicación. Doblaba las series americanas al español y las vendía a México y América Latina. Una de esas series era Bonanza. Cuando era niño, pude conocer a Michael Landon, Lorne Greene, todos ellos. Y realmente amé y respeté esa visión de la vida americana. Todo era sobre la familia, el valor, la honestidad, la lealtad. Eran vaqueros. Pienso en eso y me doy cuenta de que por eso quise ser uno.”
Y, por supuesto, rara vez se le ve sin sombrero. Alterna entre modelos resistentes como su querido Kelso y sombreros de paja tejidos a mano como el Cowhand. “Un Stetson siempre ha sido el estilo icónico. Pero en el rancho, es una necesidad. Le dije a mis hijos: tienen que usarlo,” afirma, “es la parte más importante de nuestro equipo cuando estás todo el día en los viñedos; da sombra, da protección.”

“UN STETSON SIEMPRE HA SIDO EL ESTILO ICÓNICO. PERO EN EL RANCHO, ES UNA NECESIDAD. LE DIJE A MIS HIJOS: TIENEN QUE USARLO. ES LA PARTE MÁS IMPORTANTE DE NUESTRO EQUIPO CUANDO ESTÁS TODO EL DÍA EN LOS VIÑEDOS; DA SOMBRA, DA PROTECCIÓN.”
— XAVIER CERVANTES
Como padre, es evidente la alegría que le provoca compartir estas enseñanzas y trabajar a diario junto a su familia. Eso incluye a su esposa desde hace 37 años, Cecilia, quien lidera con calidez el área de hospitalidad del viñedo; su hijo Jerónimo (Gerente General de CFV); sus hijas Ana (Gerente de Estilo de Vida), Ximena (Gerente de Redes Sociales); y su ahijado Mauricio Esteinou (Gerente del Rancho y Viñedos), junto con sus parejas y un número creciente de nietos que ya están aprendiendo, desde pequeños, sobre la tierra, la vida y el negocio.
Cervantes creció en la Ciudad de México, y fue su padre —junto con el vino y las risas que fluían en su mesa— quien le sembró originalmente el sueño de tener un viñedo. “La mesa siempre estaba llena de gente. A mi padre le encantaba cocinar y maridar con vino. En ese entonces, los vinos en México eran malísimos. Mayormente mexicanos o alemanes. Pero me encantaba ver el vino en la mesa, compartir historias y recuerdos, bailar y reír. Y al final, eso fue lo que me enganchó al vino.” Compartir ese sueño con sus propios hijos, y verlos abrazarlo, lo ha hecho realidad.

“Un día, durante un seminario con un querido amigo francés, le preguntó a mi hija: ‘¿Cuánto tiempo crees que durará este proyecto?’ Y ella respondió: ‘300 años’. Eso lo es todo para mí. O cuando escucho a mi hijo Jerónimo decir que su hijo —mi nieto, Xavi, mi tocayo— va a ser enólogo. Que mis hijos abracen este proyecto me da paz. Puedo morir tranquilo, sabiendo que lo seguirán haciendo. Es muy importante para mí porque mi papá era diabético y murió muy joven. Y mi mamá, poco después. Poder compartir este legado con mi familia y seguir vivo a través de mis hijos y nietos… eso lo es todo.”

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